15 de marzo de 2010
Encumbrados
El peligro de perder un niño rodando y pelándose por el áspero granito me tuvo en vilo hasta que llegamos abajo. Pero los tres demostraron ser grandes exploradores y conquistamos nuestra cumbre con heroicismo similar a grandes predecesores. No pocos eran los pasos extremos para esas piernas de cuatro y cinco años (Carlos, con diez, me superaba a mi en habilidad y fuelle) Leyre una campeona y Oliver muy cauteloso y obediente, no me hizo temer por duras caídas, que las había a cada rato. Luego de bajar los 4, aunque parezca increíble, Oliver volvió a subir con la siguiente expedición de los mayores con los niños y yo, agotado por el stress de traerlos vivos, me relajé en el campo base escuchando el relato de la nueva subida en la voz de Carlos (aguda y estridente) y su walkie-talkie. Me dolía la cabeza, y el sol invitaba a la siesta. Otra vez será...
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