25 de agosto de 2013

lagrimas de cocodrilo, sonrisa de mona; y otras locuras del parque acuático


Esa preciosa bebé casi niña parcialmente devorada por los mosquitos y de ojos en llamas es Camila. Su hermano se había tomado todo el actimel y estaba desolada. Tres segundos después, cuando le propuse olvidarlo todo con un helado sonreía feroz. Mi tigresa.



Aquí ya toman ese helado de la paz; al fondo, las delirantes caídas del aquapark; donde Oliver me obligó a acompañarlo hacia las más violentas aventuras que pueda uno imaginarse relacionadas con el agua. La peor, una de tubos entrelazados que te hacen caer por una asfixiante oscuridad durante 50 metros para dar de espaldas con violencia contra el fondo de una piscina que, afortunadamente, alguien había mandado a acolchar como si fuera la piscina de un loco. Que de hecho, lo era. Ver salir a Marta luego (a quien animé deciéndole que era una experiencia inolvidable..) y pegarse un culo-espaldazo a 50 km/h valió la pena. Yo tuve que pasar por ese aro durante otras tres ocasiones y creedme, aún sueño con ello. Con volver, digo. Me quedé con las ganas de probar ese tobogán rosa del fondo que arrancaba aullidos de terror a los que caían. Camila, se quedó muy impresionada con los dos cubos gigantes; el azul y rojo que se ven en la foto. Cada tanto, esos cubos dejaban caer unos dos mil litros de agua sobre quien tuviera las ganas de ponerse debajo. La piscina de olas, el rincón del pirata, en fin, la clase de sitios que deberían ser obligatorios.

los helados de la paz y los elefantes de cartón piedra. Bueno, o de lo que sean.

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