El sábado nos despertó Oliver a las 8 de la mañana y a las diez habíamos decidido irnos a las presillas de la rima fácil, más allá de rascafría. Con comida de picnic y entre otros tantos que habían tomado la misma decisión, pasamos una tarde espléndida bajo la sombra de las encinas, recibiendo algunos bellotazos y sin ser molestados por cerdos intentando comerlas o comerse nuestras reservas de comida. Las moscas y mosquitos no estaban en la zona, nadie ponía música de reggetón o narcocorridos y los niños correteaban por el verde césped de una forma que me fatiga describir y que no producía mayores daños o reclamos de los otros domingueros de sábado.
Aquí en esta foto vemos a Oliver con Leyre poniendo de los pelos a Marta entre tantos paseos inseguros por las afiladas rocas llenas de aristas como poliedros pétreos. ¿Porque escribo estas cosas? En fin, fue una buena tarde y como verán por ahí, Marta y los chicos se mojaron las patas en el arroyo sin que una riada traicionera los arrastrara.
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