14 de septiembre de 2009

ESCOLARIZADO

 

Esta mañana era el gran evento. Oliver dormía a pierna suelta en el sofá mientras yo preparaba con cierta ansiedad los escasos elementos necesarios para el primer día de clase. No temía llantos o corridas, ni mucho menos disgustos, reclamos o negaciones. Oliver sabe desde hace mucho que tiene que ir a la escuela, y para él, este era un día como cualquier otro en el que además, tenía que ir a la escuela. Sin olvidar que soy su padre, diría que es el niño más seguro de sí mismo que he visto jamás a su edad. No se mostró ansioso ni antes; ni hoy, ni al salir. Simplemente fue al cole y ya está.
Salimos a la calle a las once, justo para encontrarnos con Marta que llagaba desde el trabajo para asistir a este primer día de clase.
En la foto, sentado con mamá en la puerta de su cole y guiñando un ojo. Creo que con eso resume su posición ante este nuevo reto: va sobrado. Veremos cuando se tenga que levantar a las ocho mañana que dice, pero de momento lo resume más o menos así, la charla que mantuvimos al salir:
_Que tal la escuela?
_Muy bien.
_Cuanto puntos le pondrías?
_Siete, porque la cocinita no tiene paredes (hay una cocina de juguete en el aula)
_Ah, vale... y que tal los otros niños? Lloró alguno?
Sí..., dos! Bueno, un niño y una niña. Una niña Irene. Yo le dije que se calle, que no se preocupe, que ya va a venir su mamá a buscarla, pero no me hacía caso, no me entendía y me hacía así con la mano para que me vaya.
_Y la maestra? Que tal?
_Muy bien! Es un poco vieja pero a mí eso no me importa... un pimiento. Porque es muy graciosa.
(risas mías y fin de la conversación)
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