27 de marzo de 2007


Viaje a Argentina´2007

AMORES QUE MATAN (JULI & OVILER)


23 al 26 de febrero

Tras una primera noche en casa de la abuela, nos mudamos unos días a la casa de fin de semana de los padres del padrino. Que supongo que serán algo así como abuelinos, si esta clase de clasificación existiese de forma formal.
El 23 de febrero fue un día terriblemente caluroso. Una ola de calor nos recibió con 45º de temperatura y 70% de humedad como para poner en antecedentes a marta y Oliver sobre lo que es un verdadero verano santafesino. Oliver desarrolló unas sudaminas en los pliegues de los brazos, y en alguna foto se ve.
Combatimos ese problema con una crema con corticoides que el abuelo recetó desde la tumba, y en pocas horas ya se le había quitado. Esos días los pasó buena parte del tiempo en la piscina pequeña, metido hasta la cintura en el agua y sentado en un flotador, completamente cubierto de protección contra el sol y contra los mosquitos, lo que hacía sumamente difícil cogerlo a mano pelada, dado el gran nivel de deslizamiento que ofrecía su obesa y redonda anatomía.
Lo de los mosquitos es un tema aparte y que contaré ahora que el humo me vuelve locuaz desde los dedos y hacia esta pantalla.
En toda argentina, y especialmente en Santa Fe había una plaga inusualmente tremenda de mosquitos. Digo inusual, porque en santa Fe siempre hay miles de millones de mosquitos, y quienes vivimos muchos veranos en tal lugar sabemos como enfrentarlos y salir medianamente airosos del lance.
Yo, en parte por desidia, y en parte por sentirme capaz de afrontar sus picaduras, dejé que hicieran blanco (y bien blanco que estaba) en mi suave piel. Tras cuatro días, marta me contabilizó 235 picaduras en todo el cuerpo. Ella misma tenía más de 70, algunas muy inflamadas, que la hacían verse por momentos como la mujer elefante, luego como marta, luego como la bruja loca, y así sucesivamente.
Oliver sólo recibió tres impactos, como las tres marías que brillan en el cielo austral, en el pómulo derecho.

Fue en esos días, cuando Oliver se largó definitivamente a caminar solo. Aunque venía haciéndolo desde el día 25 de enero, aún no se decidía del todo a arrancar de un punto a otro en largas caminatas. El gran espacio de la casa de campo, los pasillos amplios y largos, casi sin obstáculos fueron su aliciente para poder ser claramente llamado como Oliver el caminante.

Con Julieta (la hija del padrino Coni) muy pronto trabaron amistad. Una amistad acotada a los objetos personales de Julieta, claro, que si no eran tocados ni invadidos, permitían una armónica relación que se fue afianzando con el devenir de las horas. Oviler, como lo llama Julieta, estaba muy pendiente de lo que ella hacía, y miraba con admiración sus progresos personales ya que Julieta aprendió a andar en bicicleta en esos mismos días.

El duro calor dejó pasó a torrenciales lluvias que aumentaron a niveles inaceptables los ríos de la zona, y provocaron numerosas evacuaciones de los pobladores de las riberas. Nosotros, encerrados dentro de la mosquitera de la casa de campo, añorábamos el sol que nos freía días atrás, mientras los mosquitos, pacientes, esperaban a que yo saliera a hacer cualquier tontería por afuera para ponerse las botas de comer sangre. Al menos me queda la necia alegría de suponer que intoxicados con mi sangre generosa en THC , habrán sido presa más facil para sus depredadores…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad que fue impresionante lo de los mosquitos. Qué desazón y nerviosismo que producen. Prefiero mil veces las moscas de la Kolina en Xerta.

El antimosquitos de Oliver, uno de bebés que compramos era mucho más eficaz que el OFF que yo usaba. Deben de estar ya inmunizados o quiza no me aplicaba tantas veces como debiera.

beso de Marta para Victor por el gran trabajo que hace en este Blogg.

Anónimo dijo...

Qué bien que escribe mi niño.

Me gusta mucho leerte y olerte.

Beso

Rana