Aunque no está en edad de probar el chocolate, Camila decidió tentar a los demonios de las (como se llamaban?...) demostrando empíricamente que no es alérgica al chocolate. Parece haberlo respirado también, o quizás sólo sea un moco marrón lo que le cuelga del caño izquierdo de la nariz. Mira hacia abajo; -no con respeto a un mayor que le admoniza- sino con clara actitud de estar buscando un cuchillo para apuñalarse como forma de protesta fútil ante la arbitraria extracción de la galleta de chocolate de sus fauces bidentadas. Esa misma tarde había conseguido hacerse con un cuchillo que le fué quitado en el mismo momento en que decidía que era alguna clase de chupete nuevo que tenía que probar. Así, entre sobresaltos y exacciones (quería poner esta palabra y no veía como hacerlo, llegó a mi cabeza y quería salir) los niños van creciendo y repartiendo amor y preocupaciones por igual hasta que un día tu, por ejemplo te mueres, y dejas de pensar en esas cosas. Vale, quitaría la última frase, pero lo cierto es que no pretendía + que recordar ese día en que la niña, al parecer feliz, decidió suicidarse, por probar. ESto es tremendo. Aunque no releí la entrada, cada vez se atruculenta más, y sólo porque no recuerdo aquella palabra y alargo escribiendo mientras trato de recordarla. Hagamos una cosa: dejémoslo aquí.
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