Nada mejor para el poco amigo de las actividades físicas, que tener un gigante que arrastre su peso; ya en brazos, ya sobre la espalda, ya empujando un carro; ya tirando de un trineo. Yo no soy un gigante, pero en relación al peso y tamaño de Oliver, tengo una ventaja que éste aprovecha en su favor. Ayer, dimos un largo paseo por las calles y parques nevados; Oliver era el conductor y yo, su fiel y querido perro esquimal. Guau.
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