3 de agosto de 2012

La matavieja, una cabrita llamada brita y otros recuerdos pixelables


En la casa donde estuvimos alojados este año había muchas cosas normales que no enumeraré; luego estaban los caminitos y poblaus; sitios extraños y nominados que hasta tienen cartel. La matavieja es un caserío de esa casa que se ve ahí; otra que está enfrente, y una cochambrosa cabaña de aperos que languidece entre hortigas en flor.

Este acantilado, su luminoso mar y las otras cosas que quedan claras está enfrente de una cueva que fuimos a visitar con Oliver mientras Marta y Camila aguardaban exteriormente. La cueva genial, con sus pinturas rupestres y todo eso, pero no me dejaron hacer un clic siquiera; y lo merecía. Así que me di la vuelta y le hice un tiro al paisaje ese de los que abundan a puños llenos en ese principado.


Camila monta en unos tilines accionados a fuerza sanguínea por un extranjero de nórdico aspecto. Oliver va delante y la nena no le quita ojo.


Por obvio balbuceo infantil a esta cabrita Camila le llamaba brita. Fue atiborrada a pan y otras ricuras durante varios días hasta que desapareció -ya convenientemente cebada- y quizás terminó adornando una gran olla como reina entre las patatas y cebollas; en fin, descanse en pez... (porque en esa zona las cloacas acaban en el mar)

 Golpe de mar... Bueno, no pude conseguir engañar a Oliver para que una verdadera ola le meta una ducha de aquellas. Aquí vemos como se encoge por una lejana y luego señala con aparente valentía su origen...

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