Ese precioso ejemplar que acaricia al equino, es mi hija. El caballo, bueno, decirle un encanto es poco. Una especie de caballo-perro bueno al que su dueña trata como un bebé y que si llegaba a dejármelo dos horitas o así, se lo devolvía hecho un hombre. Aunque siendo realista, si me llego a montar dos horas en un caballo acabaría hecho hilachas. Para Camila, en cambio, ese enorme cuadrúpedo albo era una maravilla que acariciar y por cierto; estaba tan cuidado que a pesar de haberlo sobado, acariciado y palmeado no cogí el más mínimo olor a caballo, que tanto me gusta.
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