Ayer aprovechamos la enésima tregua del otoño, y nos fuimos a Torrelodones. No al casino, sino a la sierra misma, al borde del acantilado invisible que separa la civilización de la montaña. En una zona preparada para escalar, y con travesías divertidas e interesantes, nos adentramos entre piedras, pequeñas cuevas y pasajes "peligrosos". La partida era nutrida; fuimos Chiqui con Teo y Hada; y nosotros dos con Oliver. A las seis de la tarde cayó el sol, y nos dispersamos entre las protestas de Oliver a quien se le había hecho muy corto el paseo...
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