En las cabañas del Escorial, los primos pudieron despacharse a gusto en correrías acuáticas grupales, en unas bacanales de líquido y espuma que a duras penas logramos mitigar a base de amenazas y promesas. Luego saltaron sobre las camas como si de ello dependieran sus vidas, para luego caer en otras variantes de la demencia infantil que por momentos aprobamos y por otros lamentamos y rechazamos como a la guerra o a las avispas en los zapatos.
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